Por su proximidad en el tiempo, y por qué
nació cuando la televisión, en Norteamérica, era ya un fenómeno de masas, el rock and roll es posiblemente la
primera muestra de cultura popular plena y totalmente documentada desde su
inicio hasta su fin.
Eso no significa que podamos decir cuando
nació porque en realidad, no nació sino que fue naciendo, poco a poco, como les
ocurre a todas las manifestaciones surgidas desde abajo.
La forma de bailar el rock y el propio
vocablo que lo designa rondaban desde hacía décadas en la cultura popular norteamericana
cuando, a mediados de los años 50, una forma de cantar y tocar empieza a
enfebrecer a los jóvenes que ven en ella la vía para canalizar sus ansias de
disconformidad y rebeldía.

Dejando la coreografía a un lado, si nos
centramos en la música, el concepto clave es hibridación, sincretismo,
mestizaje… y las palabras mágicas para el conjuro el negro rithm and blues y la
blanca y sureña Country music. Antes de que las barreras políticas y civiles
entre negros y blancos se rompieran en la racista Norteamérica de los 60, los
músicos ya habían mezclado su sangre y los géneros comenzaron a fusionarse para
crear el rocka billi y el rock and roll y de hecho, por primera vez, para
sorpresa de los propios estudios, una pléyade de cantantes negros (Chuck Berry,
Little
Richard, ) triunfaban también entre la juventud blanca.

Paralelamente, el rock and roll tuvo un
potente aliado: el desarrollo técnico. Por un lado, la televisión, que mostraba
por primera vez su capacidad aún hoy inigualada, para cimentar movimientos de
masas, por otro los discos a 45 rpm en vinilo, baratos y de buena calidad
acompañados de tocadiscos mucho más pequeños y asequibles. Con ellos, la música
se trasladaba del salón de la casa y el control paterno, a la habitación de los
adolescentes. El trío de ases lo completaba la aparición de los aparatos de
radio con transistores, también más pequeños y baratos, que comenzaron a
popularizarse en este periodo.

Lu Miramón
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